Hay quien, recibiendo a los que llegan, viaja. Otros, aun recorriendo miles de kilómetros, no se mueven ni un ápice. Nunca fue suficiente desplazarse. Es una actitud, una disposición.
Como requisito, se impone superar el vértigo que asoma al abandonar su centro; el empeño por mirar hacia fuera, y la valentía de sostener de vuelta la mirada sobre sí.
Comienza el viaje antes de cerrar la puerta. Tras abrirla de nuevo, seguimos viajando. Lo cotidiano aparece bajo la extrañeza de un nuevo enfoque. La sacudida ha desplazado el punto de vista.
La mirada viajada deshace los cimientos de la costumbre, los axiomas neutros e incuestionables. En perspectiva, la posibilidad de conciliar posturas encontradas, abrazar paradojas, y ensanchar el alma.
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