
El documental realizado por el equipo de Salvados y difundido el pasado Domingo 16 de octubre es un intento loable por dar visibilidad al drama que se está desarrollando en el Mediterráneo. Recuerda las miles de personas que tratan de alcanzar Europa, muchas de las cuales acaban engullidas por las aguas ante la indiferencia de los gobiernos europeos. Un intento loable, que si bien pretende recordar la situación de los migrantes, lo hace en cierta medida a su costa.
Quienes han iniciado su travesía a miles de kilómetros, haciendo frente a todos los peligros y calamidades imaginables, no son mostrados como los verdaderos protagonistas del reportaje. Aquí, los héroes por excelencia, son aquellos vigilantes humanitarios del mediterráneo, que patrullan en un barco de lujo adaptado, equipados de cascos y chalecos en busca de la miseria humana. Los migrantes son convertidos en una masa de cuerpos uniforme, apiñados y sin individualidad, presentados exclusivamente bajo una perspectiva pasiva, esperando a ser salvados. A sus vidas, a sus recorridos, a penas se les dedica tiempo. Unos minutos al final del reportaje; el mismo tiempo que el documental dedica al “tremendo” dilema de saber si los patrulleros mantendrán o no, en el barco que rehabilitan, la madera de teca.
El reportaje recrea milimétricamente la mitología heroica del siglo XXI. Los protagonistas ya no son soldados ni policías. Obviamente tampoco son los migrantes, sino los profesionales del mundo humanitario. Nuevamente, los migrantes, reducidos a su pobreza, a su desgracia, a su pasividad, se erigen en un pretexto para cantar las alabanzas de salvador (hombre blanco y occidental).
Más allá de la admirable labor de los patrulleros, el documental oferta escasa información sobre el drama del Mediterráneo. Y es que no juega en el registro del análisis de la situación (que es precisamente lo que en ocasiones agradecemos en los reportajes de Salvados). Juega más bien en el registro de la emoción. Un recurso narrativo dominante en los medios de comunicación, que no brinda herramientas para la comprensión. Una emoción, que reduce la alteridad a la pena que despierta, despojándole de su capacidad para construir y desenvolverse. En última instancia, participa del argumentario de aquellos que denuncian el “buenismo”, y justifican la necesidad de impedir la venida de emigrantes por miedo a que parasiten nuestro mundo.
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